El llanto es noble, el llanto es limpio, el llanto es lamento, es sentimiento contenido, sentimiento dolorido, sentimiento fluido a borbotes, sin ya impedimento alguno.
El llanto es furia, cólera y rabia contenidas, exasperación e indignación, arrebato, frenesí y desesperación.
El llanto es digno cuando emerge de lo mejor de ti, cuando piensas en el sufrimiento de ellos. Cuando no quieres perderlos. Cuando les amas y procuras que sigan formando parte de tu vida. Cuando les ves luchar, frente al sufrimiento; ¡una y otra vez ante las trampas que la vida les pone!, plantándoles cara; cuando, en otros casos, confundidos por los hechos de su vida, viven buscando y exigiendo metas imposibles, metas que nunca son lo bastante para poder disfrutar de lo que ya tienen: el amor de los suyos; y eso te duele, porque les quieres y sabes que nunca encontrarán la meta que les satisfaga. Al menos, no sin ayuda.
El llanto es diabólico, ruin, mezquino cuando es tu aflicción
reprimida. El querer y no poder cambiar la realidad. No quieres lo mismo para
ti que para ellos. Sólo quieres armonía, conciliación contigo misma. Te
planteaste, te planteas tantas veces el por qué. Sabes que has cometido errores.
Pocos se libran de ello. Hace tiempo que perdonaste si alguien te causó daño, y
siguen perdonados. Ahondo en mi interior, en cada uno de mis días vividos,
buscando mis males. El daño que he podido causar. Me mortifico. No es vanidad,
no, ¡no encuentro motivos para tener cuentas pendientes!. No soy, no he sido
perfecta. Pero he dado todo lo que podía dar.
Amo y siempre amaré a los míos. Sin embargo, yo me amo de
otra manera. Ellos no lo pueden entender, les duele si lo predicen. Algunos
parece hubieran desaparecido del mapa, ¡hay tanto que hacer!; es normal, yo ya
no hago nada. Quizás sea también dolor, falta de valentía, no quieren reconocerlo, no quieren reconocerme así.
Espero, sólo espero. Ahora no es el momento; hay mucho amor
que me rodea, no puedo defraudarles. Después …la misma vida me dirá cuál será
el momento adecuado.
Mientras, lloro. Lloro por las esquinas, lavándome la cara,
fingiendo sin mucho éxito. Para tranquilidad de ella: mi pilar, el tesoro más
valioso que jamás hubiera pensado tener tan cerca, le vuelvo a explicar que
llorar es natural, que así lo aconsejan. Y ella calla, simula querer convencerse.
Y también llora por las esquinas. También tiene su dolor, sus heridas, que
parecen no cerrarse. Aquellas que, como madre, cicatrizan siempre con tan sólo
una caricia, un abrazo, un beso, una voz al otro lado del teléfono, un “mamá,
te quiero”, un “mamá, te necesito”. Tengo la suerte de estar con ella, ¿quizás eso también pueda causar algún equívoco malsano?. Ellos la tienen más lejos. Pero sólo en distancia, no en amor. ¿Lo llegan a entender?.
Ella todo lo da. Como hijos, no damos lo mismo. Yo, tengo que darle mi compañía, quiero darle mi compañía. Después, seguirá su curso este deseo incontenible. Si ella no está, nada ni nadie pondrá freno a aquello que tanto anhelo.