Al mediodía, después de un largo recorrido en el autobús sin
que ella dejara de usar el abanico, llegaron al hotel, comieron (deleitándose
con los dulces y postres, además del resto del banquete) y después visita a una
localidad próxima. Sus callejuelas, su historia, sus tiendas. Por supuesto
ellas ya habían leído en sus folletos y libros esas peculiaridades y, como
parecía iba a ser habitual a lo largo del circuito, prefirieron demorarse en
algunas tiendas, buscando algo que a ella le agradaba mucho: cerámica o algo
“típico” u original de la zona. Acabado el tiempo de la visita, llegaron al
autobús las últimas. “Javi” tenía apuntado los que ya habían subido y, algo nervioso,
golpeaba levemente el lápiz sobre la lista. Cuando ellas llegaron todos estaban
sentados y les lanzaron una mirada como de reproche; se dio la orden de regreso
al hotel. Ducha rápida, cambio de ropa y cena. El guía se quedó de nuevo en una
zona de descanso para charlar con otros integrantes del grupo, tomando con
ellos un refresco. Como era lógico, tenía que satisfacer a todos y actuar como
buen anfitrión de su tierra y costumbres, preguntando si les agradaba lo visto
y el alojamiento, charlando y respondiendo a cualquier curiosidad que los viajeros
tuvieran.
Ciertamente cada vez el viaje les gustaba más. Ellas
congeniaban a la perfección. Se organizaban en el baño de manera casi
impensable. Sabía cada una lo que debía hacer con un gesto de la otra. Cada
parada no les defraudaba, sino muy al contrario. El hotel y el recibimiento
casi llegaban a resultar exagerado. Se sentían apabulladas con tanta atención.
Cada paisaje, cada localidad, cada visita era una nueva experiencia de la que
siempre sacaban partido. Esa noche, ¡siguiendo las órdenes estrictas del guía!,
subieron a la habitación después de la cena; fue un continuo marujeo sobre el
resto de los viajeros, de sus peculiaridades, de sus orígenes tan distintos,
que también a ellas les estaba enriqueciendo. Sólo había una pequeña pega. Las
chicas catalanas parecían querer seguir a su aire, ¡y, bueno, no era cuestión
ni de pegarse como perritos falderos a ellas, ni de presionarlas, ni de
criticarlas!. No parecía que hubiera transmisión entre ellas y las otras,
aunque podía ser una apreciación adelantada, ¡había que esperar!, aunque cada
vez que se metían entre ellas, sólo se hablaban en catalán. No, no era un
inconveniente insalvable, pues captaban la mayor parte de lo que se decía, pero
consideraban que no estaban siendo demasiado educadas con ese comportamiento,
quizás, pensaron, están tan habituadas que no se dan cuenta. Y así terminó
aquella noche.
Como parecía que el grupo ya estaba "domado", el guía empezó a
aflojar en cuanto a imperativos. Algo que ellas enseguida supieron aprovechar:
que tocaba visitar una tienda de elaboración de alfombras, con envío
garantizado y pago mediante cualquier tarjeta, inclusive Corte Inglés (otras
risas que echarse), pues ellas, con la charla del vendedor y la atención del
guía sobre las operaciones que a buen seguro le reportarían comisiones, se
escabullían y visitaban las tiendas de alrededor, mirando, oliendo y
adquiriendo especias, comprado cerámica (a ella le gustaba la cerámica
artesanal, por lo que tuvo a su sufrida compañera recorriendo varios lugares
hasta encontrar el que le pareció tenía cerámica que considerar), eso sí,
dejando a su amiga la parte del regateo, ¡pues era obligado y ella no sabía
hacerlo!.
De igual manera, cada parada en esa jornada, la aprovechaban
para abastecerse de agua, sin llegar a olvidar el uso de otros medios de
combatir el calor: el abanico. Ella era la única que llevaba, y las demás
mujeres empezaron a buscar entre las tiendas algo que pudiera asemejarse,
lamentando el no haberlo considerado. Aunque, al no conseguirlo, se veía por
todo el autobús movimientos continuos de cualquier objeto, sobre todo revistas,
que poder usar para combatir un calor que iba subiendo al tener que cerrar las
ventanas del autobús cuando las carreteras se convertían en caminos
polvorientos. Entonces alguna le indicó el gran acierto al no olvidar el
abanico. A lo que otra respondió que eso era “un arte”, la comunicación del
abanico entre las antiguas españolas para la conquista, como comentario para el
guía, que, sentado en el asiento próximo al conductor respondió, sin dejar de mirar al frente, con un -Sí, eso
tengo entendido. Estudié en España. Aunque creo que en este momento ninguna de
ustedes lo usarían para tal fin. Unas risas comunes entre todos los viajeros
correspondieron a la observación de “Javi”, que también se reía, satisfecho,
posiblemente, por el buen humor con que se tomaban el calor que tenían que
sufrir en cada ruta.
Ellas jaleaban al conductor, un hombre ya maduro y muy
afable, que tenía que adelantar repetidas veces y en el momento más adecuado
por dichos caminos, a burros y a peatones constantemente. El resto del grupo
empezó a tomar a broma la aptitud de las chicas, y cada vez era más común que “las
miraran mejor” o que formaran conversación con ellas. ¡Había tanto tiempo en
los largos trayectos para hacer cualquier cosa!. Y, además, parecía que se habían
habituado a que ellas estuvieran en la puerta trasera antes de que aparcara el
conductor para salir las primeras y que fueran las últimas en retornar, pues, hasta el momento,
tampoco se habían excedido de la hora máxima estipulada.
Y así, el conductor, tomando también confianza, se animó a utilizar su desfasado radiocasete y a poner una cinta que llegaría a ser “la banda sonora de cada día”.